Mmm…y me traslado 30 años en el tiempo.
A veces, es una palabra, un olor, un sonido, un gesto, un color, da igual en realidad… cuando hay algo que quedó grabado en la memoria solo basta una milésima de segundo para volver allí cuando algo te lo recuerda.
Y allí me encuentro, en la casa puerta de mis abuelos, jugando a los cromos mientras mi abuelo tendía el pescao que acababa de preparar.
La mayoría de las veces, mi abuelo curaba agujas, aunque por ese tendedero había pasado de todo, volaores, mojama, bonitos, y todo lo que el consideraba que se podía curá.
Él era un hombre de la mar, toda su vida había sido marinero. Y en el ocaso de su vida seguía dándose su vueltecita por el puerto, para ver llegar los barcos, ver el sol brillar entre escamas y olas, impregnarse de la brisa marinera y seguir navegando en su memoria mientras remojaba sus pies por la orilla de la playa de vuelta a casa.
Lo veo sentado en su cocina, con su camisa remangá, Rafael Farina cantando en la radio y su boina gris y azul.
Limpiaba el pescado con habilidad. Le quitaba todas las vísceras, también las partes mas grasas, la barriga y la ventresca y una vez limpio, preparaba un buen barreño de salmuera y metía todas las piezas mas o menos por una hora.
Tras ese baño, las agujas o los bonitos o lo que fuera, ya estaban listos para ser tendíos. Y allá que iba mi abuelo con su cordel y su pescao en salmuera. Con un cariño especial, como el que lleva cristal en sus manos, cogía cada pieza, una a una, las amarraba y las dejaba secar al aire.
Si hacía levante, tardaba un poco menos, si hacía poniente, tardaba un poquito más.
Luego nos llamaba, a todos sus nietos, que ya estábamos al loro de que ‘el tendío’ ya estaba seco. Y nos sentaba en la casa puerta y nos daba un trocito de aguja, de bonito o de lo que fuera a cada uno. Y nosotros felices.
Que bonito es recordarlo.
Que bonito es saborearlo
Que bonitos son los abuelos.
En memoria de mi abuelo Pepe y sus tendíos de aguja curá.
Teresa Sánchez